Todo
empieza en una oscura noche de otoño, de estas que huelen a hierba
mojada, a leña ardiendo y a noviembre, de estas que saben a heridas o a vodka, en las que el cielo rojo amenaza con devorar tu
insignificancia con una lluvia interminable. Sí, esta noche es la
idónea, me sentaré a llenar este vacío con lunes y alcohol, con
besos atragantados que luego vomitaré uno a uno y orgasmos que
arrancaré de mi piel con fuego lentamente frente un espejo, buscando
en estos ojos marrones algo de compasión que no merezco. Entonces, el
cinismo dibujará una sonrisa en mi rostro, cuando por fin encuentre
todo el odio en las lágrimas, cuando me reencuentre con mis ojos
negros.
Regalar
el cuerpo solo para creer que el tiempo pasará más deprisa, sentir
así otra piel y comprobar, noche tras noche, que no existe ningún
beso demasiado profundo para llegar hasta aquí.
En caso de que
“aquí” sea un lugar.
En
caso de que “aquí” exista.
El
mismo cuerpo que entrego es el que me está matando, no hace otra
cosa que robar mi identidad y representarme sin que yo se lo haya
permitido nunca.
Necesito
huir de esta vulgar prisión que ya no protege los secretos de mis
entrañas, que me hiere, que arde, que se derrumba cuando él roza
mi espalda. Tengo
que escapar de este trozo de carne y agua que se pierde en su
reflejo, que solo sirve para comprender el dolor que mi alma no ha
aprendido a entender. Y estas alturas de la madrugada no tengo tengo
más excusas, no existe una palabra salvo cobardía para poder
explicar porqué aún no he hecho del frío mi cobijo eterno, en
cambio solo rompo a llorar y quiebro el frágil cristal que se halla
en mi pecho, tan frágil ya que las miradas no se dejan sostener.
Nunca
he dejado soñar que muero entre nubes violetas con el olor a madera
en mis muñecas, dejando por fin de ser. Yo vuelo. Aún así, creo que
alguien sabe de mi anhelo por encontrar a quien pueda contenerme un
solo segundo para evitar la caída, tan solo un segundo para volver a
sentirme humana deslizando el instinto y la razón entre mis dedos,
un momento para olvidar mi necesidad de evadirme y así recobrar
velocidad en mi llegada al abismo.
En
pocas palabras, sé que alguien conoce mi propensión a los pasadizos
pequeños y tortuosos.
"Por lo cual te digo que sus pecados, que son muchos, han sido perdonados, porque amó mucho; pero a quien poco se le perdona, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados han sido perdonados." Lucas 7:47-48