Él es el tipo de persona que no sabe a sexo, él es demasiada agua en un mundo terrestre, sabe a veneno, a ese tipo de veneno que puede aniquilarse a si mismo antes de sufrir. Ella se olvida de cuanto pudo destruir en este palacio, de que sigue haciéndolo, y que jamás dejará de hacerlo.
Sin entender muy bien porqué anoche decidí coger el teléfono en busca de contacto humano, la llamé, sin dudarlo, sin saberlo. Después de muchos chistes malos y relatos trágicos causados por la báscula, por fin pude confesar lo que esa noche, como todas las anteriores, me arrebataba el sueño. Pude contarle que los ojos azules volvieron a ser marrones y ella se asustó. Pude decirle que me contabas historias de miedo y explicaciones que eran demasiadas a la par que fascinantes, todo antes de que tus pestañas mintieran a las mías mientras yo dormía para que después mi cabeza explotara en un sin fin de lágrimas. Pude contarle que el sueño volvió a ser realidad, que los ojos azules amantes volvieron a ser marrones para dejar de saber a sexo y saber a veneno.
Ella se asustó. Mucho.
En
esa llamada le declaré que mi corazón hace un tiempo te reconoce de
espaldas y que eso le duele porque éste ya no sabe bailar, que ya no
imaginaba unos pies que me contaran cuentos para dormir pero que mi
imaginación había vuelto a estar despierta. Y ella se asustó.
Entonces me callé, respire y le conté que ahora mis ojos húmedos
solo intentaban decir que que los tuyos jamás fueron verdes, que
nunca me habían mentido pero que yo a mi misma sí, por lo que había
hecho de mi vida una táctica para esconderme de tu mirada y así
olvidar lo más rápido posible que yo estoy muy lejos, (demasiado
ya) de que esos ojos marrones, ahora azules, vuelvan a buscarme.
Ella
volvió a estar tranquila tras mis últimas palabras, escupió una de
sus cínicas carcajadas, y sin poder ocultar la pena que yo le daba
me dijo: No te olvides, Luz, no te olvides que la felicidad te
aterroriza. Por eso buscas ojos azules a los que tornas marrones para
poder huir, por eso buscas ojos marrones a los que vuelves azules
para que huyan de ti. Tú amas tu soledad y eres cobarde, tu amas el
caos y eres veneno, por eso temes matar envenenando pero te
espanta mucho más la idea de envenenar y no matar. Tú no eres para
cobardes, no eres para valientes, no eres apta para nadie que no sea
un suicida, algunos de éstos te ignoran otros te veneran, tú odias
a los segundos y pierdes la cabeza por los primeros. Por todo esto me
calmo, porque por un motivo o por otro sigues haciendo lo mismo,
sigues escapando de otras posibles vidas, sigues escapando de la
vida. Así que te aburrirás de esta pena más temprano que tarde y
no me volverás a llamar. Estoy tranquila porque aún eres de la
nada. Gracias por confiar como siempre, intenta descansar que ya es
tarde y mañana tienes que madrugar, buenas noches.
Y
la llamé sin dudarlo y sin saberlo. Otra vez. Otra pena.
Ella
se olvida de cuánto pudo destruir en este palacio, de que sigue
haciéndolo y que jamás dejará de hacerlo. Él es el tipo de
persona que no sabe a sexo, él es demasiada agua en un mundo
terrestre, sabe a veneno, a ese tipo de veneno que puede aniquilarse
a si mismo antes de sufrir.